¿Ha oído la frase «está más contento que un niño con zapatos nuevos»? Sería muy raro que alguien no lo comprenda. está también la frase «...ponerse en los zapatos de alguien». Son dichos antiguos, pero son tremendamente poderosos en lo que quieren resaltar, que es un sentimiento. Comprar zapatos es algo más que una necesidad. Es una emoción. Hay quienes lo prefieren a comprar ropa y todos lo sabemos y retenemos.
La ex Primera Dama filipina Imelda Marcos, junto con su marido Ferdinand Marcos, protagonizaron más de veinte años de dictadura terrible. Tenían hundido en la pobreza al país; fueron causantes de miles de muertes. Figuran en el libreo Guiness de los Records por el saqueo a su país valorado en diez millones de dólares. Sin embargo, Imelda Marcos será eternamente conocida por su colección de más de 3.000 pares de zapatos (Vea la sección de moda de El País).
También en el mismo Diario se relaciona a Anna Dello Russo con más de 4.000 pares de zapatos. Ella declara «Estoy obsesionada con ellos. Podría ser feliz desnuda siempre y cuando lleve el par adecuado». También declara en la Revista Glamour «...unos zapatos pueden construir o destrozar un look, una mujer nunca tiene suficientes. Esto está comprobado y es cierto, créeme».´
Más ejemplos
«Nicki Minaj tiene mejor culo pero yo tengo mejores zapatos», presume Rihanna sobre la cantante rapera.
«Adoro los zapatos y, cuando veo unos que me gustan, no puedo controlarme, tengo que tenerlos», confiesa la modelo Alessandra Ambrosio.
«Si veo un par de zapatos que adoro, no importa si no los tienen de mi talla. Los compro de todas formas», asegura la actriz Keira Knightley.
La primera explicación, es que es lo que uno visualiza los zapatos sin un espejo. Sólo hay que mirar para abajo. Pero es algo más profundo que eso. También se argumenta que duran mucho más y no acusan el cambios detalla. Pero tampoco es del todo la explicación más plausible. Realmente es algo emocional según Suzanne Ferriss, autora de Footnotes: On shoes
«…existe una conexión directa entre nosotros y nuestros zapatos. Por eso son una característica definitoria de ciertos grupos sociales (los botines tipo Brogan se asociaron a la clase trabajadora, los taconazos a las latinas o las Dr. Martens al rock y al punk) y la relación entre un par y su dueño siempre es poderosa». «Los zapatos desechados o vacíos son potentes recordatorios de seres humanos ausentes, perdidos en guerras o desastres naturales», asegura...
Esto último nos recuerda a Budapest. Un rastro de calzado de hierro se erige como un monumento a los miles ejecutados a lo largo de esta orilla del Danubio durante la Segunda Guerra Mundial.
Este complemento de moda difiere de unos pantalones, o una chaqueta. Hay explicaciones psicológicas que pueden explicarlo. Por ejemplo, Sigmund Freud relacionó los zapatos de tacón con el fetichismo. Hay hombres que se sienten muy atraídos por los pies. No podemos obviarlo.
Las referencias a los zapatos las tenemos en el diseño de frascos de perfumes, el arte, el cine, la literatura, etc. Esos icónicos zapatos de Dorothy, la protagonista del Mago de Oz. Ella se los pone y se convierte en una persona diferente y más poderosa. En cuentos, como por ejemplo, el cuento infantil «La Cenicienta»; un cuento que basa toda su estructura en un zapato que pierde una muchacha que enamoró al Príncipe.
Lo cierto es que los zapatos definen al que los lleva. También le hace sentir más seguro de sí mismo y eso se traduce en un atractivo invisible, pero muy poderoso. Los zapatos nos hablan del estilo, la clase, los gustos y la cuenta corriente de la persona, además, también de su estado de ánimo.
La clase en la moda empieza por lo que se lleva en los pies. Es quizás el accesorio más importante en la vestimenta de una persona.
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